martes, 5 de abril de 2011

Pablo Avelino Galerna

Lunes

Qué alegría finita ocupar un escritorio
y mirar papeles que caen en la sorpresa:
Mariposas tan blancas en los encorvados hombros.
Qué dicha tan pequeña firmar oficios,
ordenar lápices según el desgaste cotidiano
y reservar el ventanal para la hora del tabaco.
Qué gusto tan leve ser hombre y mujer
con taza de café a las nueve menos cinco
y el espíritu prendido con un clip entre los labios.
Consuela saber que aquí el amor hace guarida:
se arrellana en los sillones, atento, mientras
los teclados cantan un metafísico murmullo
así como el ruido de las camas en oscuros cuartos
donde dos cuerpos se entregan, impacientes.

Viernes

Ahora que llega el cóncavo navío
y anuncia triunfante su carga con silbatos
pienso en la dureza del trabajo
y en los hábitos de cuerpo y nervadura:
Son las cinco y diez en este muelle
y una ola de oficinistas sordos
se aprestan a descarga el barco.
Ahí entre todos ellos va un joven
que detesta la faena
y dice del castigo humano
lo mismo que hubiera dicho el buen Kavafis.
El joven tiene que perrearle,
terminar la semana,
llevar dinero a una casa
donde mamá deshace los brocados,
al sitial donde papá dejó su hueco.
Y no odia el trabajo por pesado
sino por la fatiga que lo daña.
Por dejarlo anclado sin viajes
mientras otros se van llevándose sus ítacas
y él se queda aquí en el hábito cansado
y la mirada alzada de paciencia.

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