martes, 9 de marzo de 2010

IV

Elevados
a una especie de rito
o viento que unió
nuestra venida
a unas campanas.
Como perfume
de lo que dijimos
(a todos) que éramos,
el premio de levantarse
frente a otros.
Vestidos con una ropa rara,
se caía todo el tiempo.
Nuestros rostros
me recordaban a alguien
que no conozco,
que dibujé cayéndose
de un árbol.
En eso preguntabas
por qué no soy
la gente que vino para verte.
(Sólo pude contestar para mí
que aún no somos los mismos
ni vivimos como nuestros padres).
Fue gracioso vestirme de árbol
con una ropa sin horas,
un perfume.
Una imagen del árbol
que quise ser,
pero llovía demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario